lunes, junio 26, 2006

Cada pueblo tiene el Gobierno que se merece.


El debate democrático sobre el «proceso»
(de pacificación del País Vasco)


Gustavo Bueno

Un análisis sobre los dos tipos de argumentación que se enfrentan en la España de junio de 2006 en torno al «proceso» por antonomasia, el «proceso de pacificación» del País Vasco.

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El gobierno pacifista armonista no puede mantener el debate en el terreno específicamente dialéctico, sencillamente porque si entrara en este terreno sería derrotado dialécticamente (como sería derrotado en un certamen académico el estudiante que con argumentos sofísticos pretendiera demostrar que 2 y 2 son 5). Su única salida es deslizarse hacia un plano oblicuo y genérico, el plano propio de la retórica y de la sofística. Es aquí en donde RZ y sus portavoces se comportan como consumados sicofantes. Es la única manera que tienen de compensar el simplismo aliciano de sus propuestas humanistas, con refutaciones retóricas propias de un tahúr que se defiende ante quienes le han cogido in fraganti.

Puede constatarse que todas las respuestas del PSOE están cortadas por el mismo patrón: dar por supuesto que los argumentos del PP contra la negociación con los terroristas son evidentemente absurdos, y por tanto que hay que descalificarlos sin entrar en su estructura argumental. Se procede por tanto a «encapsularlos», dando por supuesto, desde luego, que la pacificación es el objetivo prioritario, y que, por tanto, todo lo que se oponga a este objetivo, equivaldrá a poner dificultades a la paz, y descubrirá un deseo de los oponentes a la continuación de la guerra, del terrorismo. Es decir, sobre las argumentos del PP encapsulados, se proyectarán, desde un plano oblicuo (principalmente de naturaleza psicológica), juicios de intenciones atribuidas al PP; y de este modo se pasará del plano en el que se discuten los argumentos objetivos, al plano psicológico de quienes están enfrentados en el debate por razones distintas de las que se contienen en la «cápsula».

De este modo los sicofantes podrán pasar al contra ataque ofreciendo la mano al PP para que renuncie a su rebeldía, a sus deseos irracionales de sostener la guerra.

Múltiples ejemplos pueden someterse a análisis desde este punto de vista.

Debate del 5 de junio de 2006 entre Blanco (portavoz del PSOE) y Rajoy, jefe de la oposición.

Mariano Rajoy ofrece una argumentación impecable: el Pacto antiterrorista (PSOE y PP) acordó aplazar la negociación con ETA (negociación sobre gestión de los problemas personales, no políticos, pendientes tras la disolución de la banda) hasta que ETA depusiese las armas; si no se hacía así, el PP denunciaría el pacto, y no daría su consenso. Los argumentos de Rajoy son, por tanto, indiscutibles objetivamente. Son argumentos dialécticos, porque se atienen a los contenidos del Pacto, y a la contradicción flagrante entre estos y los proyectos de negociación presentados por RZ.

Respuesta de Blanco: «Las declaraciones de Rajoy son un pretexto para romper el Pacto: tenía ya premeditada su decisión antes del debate. Rajoy actúa por interés partidista, y no el interés de la paz.»

Blanco (llamado «Pepiño») actúa como un sicofante metido a psicólogo. En lugar de replicar dialécticamente a los argumentos de Rajoy, en el terreno específico en el que se plantea la cuestión, en lugar de desmontar, como aparentes, las contradicciones señaladas por Rajoy, se desliza al plano de las intenciones psicológicas de Rajoy: «Rajoy no quiere la pacificación, Rajoy busca con sus argumentos romper el acuerdo por motivos partidistas, para evitar que el proceso de pacificación, si llega a tener éxito, redunde en beneficio del PSOE.»

¿Y si resulta que una gran mayoría de la gente (parlamentarios, tertulianos, analistas, electores en general) se deja convencer, más por la retórica de Pepiño que por la dialéctica de Rajoy? Habrá que reconocer que la democracia realmente existente está podrida en su propia médula.

Segundo ejemplo: debate en el Senado entre García Escudero, que representa al PP, y RZ. García Escudero argumenta dialécticamente: «¿Tan difícil les es a ustedes –les dice a los socialistas– pedir a ETA que deponga las armas y que pida perdón a las víctimas antes de empezar las negociaciones?» RZ no responde esa pregunta, sino que se desliza hacia un plano oblicuo en el que formula otra pregunta que nada tiene que ver con la de su antagonista: «¿Por qué no pidieron ustedes [el PP en la época de Aznar] a ETA el desarme y el perdón a las víctimas?»

Una genuina respuesta de sicofante y de tahúr: no sólo porque no responde a la pregunta específica (explicando las razones por las cuales no pide ahora el desarme, &c.) sino porque alude a una supuesta negociación (Ginebra) en la que también supuestamente no se pidió el desarme y el perdón, pero dando por hecho que las «negociaciones de Ginebra» eran negociaciones políticas, y no conversaciones exploratorias en torno a las disposiciones para un armisticio. Pero esta «cambiada» de plano es suficiente para desviar la atención de un público numeroso, como desvía la atención de su público el trilero que retira un dado del cubilete que está puesto sobre la mesa.

Tercer ejemplo: el PP formula el día 10 de junio de 2006 su posición formal de no colaboración con el PSOE en las negociaciones con la banda asesina que, además de no entregar las armas, no cede en un punto a sus pretensiones soberanistas y anexionistas. Es ahora la vicepresidenta Teresa de la Vega la encargada de contra argumentar. Y lo hace también al modo de un tahúr: «La actitud del PP es incomprensible; nosotros, los socialistas, cuando estábamos en la oposición, colaboramos siempre con el PP en el gobierno en su política contra el terrorismo. Pero ahora que los populares han pasado a la oposición ya no quieren colaborar con nosotros, &c.»

El contra argumento de la señora de la Vega es sencillamente despreciable, porque se basa en la equiparación, ante un público que no está informado o que no quiere informarse, de dos situaciones totalmente heterogéneas: el PSOE colabora con el gobierno del PP en la lucha contra el terrorismo por métodos policiales y jurídicos; pero ahora el PP si no colabora con el PSOE no es por una actitud desleal (un argumento propio del psicologismo más barato) sino porque la negociación del PSOE ya no se mantiene en el terreno constitucional de la lucha policíaca y jurídica, sino en el terreno de la negociación con la banda secesionista y anexionista. La brocha gorda de Teresa de la Vega pone entre paréntesis («encapsula») los argumentos del PP y se limita a calificar psicológicamente de actitud «desleal», de cambio de actitud, lo que es otra cosa totalmente distinta.

Cuarto ejemplo: el diputado socialista de la autonomía madrileña, Simancas, contra argumenta a la negativa del PP de «negociar la paz con los terroristas secesionistas», diciendo explícitamente que esta negativa se debe a que el PP no quiere la pacificación, sino que quiere mantener la guerra para debilitar a Zapatero y evitar que se convierta en el pacificador. Otra vez los argumentos populares quedan encapsulados en el envoltorio «posiciones contra el proyecto del gobierno», y sin entrar en la materia objetiva misma de los argumentos, se formulan juicios psicológicos de intenciones.

Quinto ejemplo: el llamado «Pepiño» insiste en el mismo método de refutación, no necesita entrar en los argumentos contra la negociación que llevaron a una multitudinaria manifestación en Madrid, convocada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo, con el apoyo del PP, el día 10 de junio de 2006. Simplemente procede encapsulando los argumentos de los manifestantes, a fin de tratarlos oblicuamente desde un plano psicológico: la manifestación es simple efecto de un «desahogo» de un PP acogotado y tambaleante. Y Pepiño añade, consolidando su diagnóstico de psicólogo y añadiéndole unas gotas de ética y moral: «Pero espero que tras su desahogo el PP recupere la sensatez y estreche la mano que el Gobierno le tiende.» Pepiño está calculando, sin duda, que el electorado creerá que si el PP cede será porque el PSOE le tendió la mano generosa; pero si no cede, entonces el electorado verá al PP como un mal bicho, que desprecia incluso una mano tendida hacia la paz.

En el transcurso del «proceso» algunos adoptarán claramente la perspectiva de la retórica, llegando incluso a entender la dialéctica como una clase más de retórica. Así, Alcaraz, del PC, ve los debates en torno al «proceso» como un simple duelo entre partidos, en el cual cada uno utiliza los recursos que tiene a mano para acorralar al otro. «Y si el PP puede decir que Zapatero buscó la pacificación en solitario –al anunciar las conversaciones con ETA, en un mitin del partido, sin avisar previamente al PP– también podrá decir el PSOE que el PP busca frustrar la posible victoria del PSOE.» De este modo todos pueden decir algo; los debates sobre el proceso se dejan, en pleno relativismo acerca de las verdades objetivas, en manos del juicio de la mayoría, de una mayoría que, buscando la paz, al margen de la política, atiende a la retórica antes que a la dialéctica o, lo que es peor, interpreta la dialéctica como una forma más de retórica.

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Una y otra vez el gobierno español, que controla la mayoría de los medios de comunicación de masas, que cuenta con sus aliados analistas (una gran parte de tertulianos y periodistas participa del pacifismo armonista), repetirá que Rajoy boicotea el proceso de pacificación, que «en democracia» (es decir, en el Parlamento controlado por él) todos lo excluyen, que le invita, «una vez desahogado», a reintegrarse al pacto como a un hijo pródigo.

Es decir, Rajoy puede sentirse, con razón, preso de la trampa de la democracia parlamentaria, de un Parlamento de coaliciones que pretende, con fraude de ley, sustituir al «pueblo».

Sólo le quedaría a Rajoy una salida dialéctica, aunque no verbal: romper definitivamente con el supuesto Pacto Antiterrorista, romper con el proyecto de pacificación del Gobierno, y negar el consenso.

Y con esto dará ocasión a que los retóricos y sicofantes vuelvan a considerar al PP como saboteador de la pacificación, como antidemócrata, incluso como fascista.

No hay una tercera vía, si se quiere mantener la forma dialógica de la democracia realmente existente. Es esta democracia parlamentaria la que nos obliga a elegir entre dialéctica y sofística. Por ello, dentro del marco democrático convencional, la ruptura de Rajoy, sin perjuicio de su legitimidad «en democracia», es la única solución posible que el PP tiene si quiere liberarse de la trampa tendida por los sicofantes.

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Los promotores del proyecto de pacificación del País Vasco mediante la «negociación» con la banda terrorista, una vez que han «verificado» el cese provisional del fuego, pero sin ceder a sus pretensiones secesionistas (de España) y anexionistas (de Navarra y las provincias francesas), creen poder alcanzar una paz verdadera. Y sólo pueden creer esto porque presuponen, desde la perspectiva de un Mundo sin fronteras, conseguido o a punto de conseguirse mediante la Alianza de las Civilizaciones, que lo importante es que no haya más muertos ni extorsiones, y que todo lo demás (el soberanismo de ETA, incluso la transformación del País Vasco en un Estado confederado, a lo sumo, con otros Estados «españoles») es accidental. Con esto, la pacificación perseguida viene a ser la paz de la victoria... de ETA.

Porque el proyecto de pacificación ha abandonado la perspectiva política, que se basa en la realidad de los Estados, y en nombre de una nebulosa y metafísica Alianza de la Humanidad y Mundo sin fronteras, que literalmente no existe, cree poder planear programas éticos. Por eso la paz que se contempla en el País Vasco es una paz vista desde esa nebulosa Alianza de las Civilizaciones o Mundo sin fronteras, como si ellas fueran situaciones reales dadas en el presente; lo que equivale a decir que esos proyectos de Alianza de Civilizaciones y Mundo sin fronteras comienzan a despojarse de su máscara metafísica, y cobran su verdadera realidad, como actos de traición a España, como entidad realmente existente, y a su indivisibilidad. Una traición que además constituye un atentado con la Constitución de 1978.

Se comprende así, con toda claridad, el funcionalismo, en manos del Gobierno de RZ, de la ambigüedad del término «proceso de pacificación». Porque ahora «el proceso» está a la vez incorporando, como en una «síntesis superior», el proyecto de pacificación de ETA (es decir, la Paz de la Victoria secesionista de ETA), y el proyecto de pacificación del gobierno socialista. Y llega al colmo esta ambigüedad cuando los socialistas, por ejemplo, por boca del llamado «Pachi López», enfrentándose a las propuestas de los populares, relativas a la interrupción de las negociaciones con Batasuna, afirma que ellos, los socialistas vascos, no buscan ningún precio político en sus negociaciones, sino que sólo buscan satisfacer «los deseos de paz de la ciudadanía», como si estos deseos y las negociaciones entre el PSE y Batasuna no constituyesen ya, por sí mismas, el pago al contado del precio político impuesto por ETA.


Ahora bien, los promotores del proyecto de pacificación, principalmente el PSOE de RZ, pueden disponer como único medio de neutralizar los argumentos refutatorios de la oposición popular, del procedimiento que ya hemos descrito de «encapsulamiento psicológico»: los argumentos de la oposición del PP, que les llevan a romper la colaboración con el gobierno, serán interpretados automáticamente como meros intentos de frenar la paz, con la única intención partidista de erosionar al gobierno socialista y evitar que obtenga una resonante victoria con la pacificación. Pero una vez fabricadas sus cápsulas, los promotores socialistas se apoyarán en ellas como plataforma oblicua que les permitirá acusar a los populares de ser gentes sin juicio, obsesionados por recuperar el poder político que perdieron en las elecciones, que les llevará a desear que el terrorismo siga viviendo, para tener pretexto para una oposición absurda.

De este modo, en lugar de responder a los argumentos dialécticos, iniciarán un proceso de «persuasión psicológica de masas», con ayuda de los medios más influyentes de comunicación. Un modo de persuasión similar al de quien busca obtener, por ejemplo, que un demente furioso se tranquilice: le tenderán la mano ofreciéndole volver al redil, a la prudencia; el PSOE y coaligados tratarán «en democracia» al PP como se trata a un menor víctima de un arrebato que ellos, con su superior sabiduría, sabrán comprender.

Y de este modo vemos como la lógica dialéctica se convierte el psicología transaccional y acaso ésta obtiene la victoria de la opinión pública sobre aquella.

La mala fe de esta conversión, de este deslizamiento de la dialéctica a la psicología retórica es evidente para quien contempla desde fuera «el proceso».

Pero si la mala fe de los sicofantes tiene sus efectos deseados sobre «el pueblo», habría que resignarse a reconocer la conocida sentencia: cada pueblo tiene el Gobierno que se merece.'
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En esta coyuntura nuestra, todo apunta a ello.

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