esculpida.
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Por JAIME GONZÁLEZ [En el ABC, de hoy]
PARA medir el valor de la palabra, sin ataduras ni guiones, lo mejor es ponerla en libertad, que es la palabra más hermosa. No hay discurso más hondo que el que se improvisa y proclama desde las propias convicciones, sin cargos de conciencia. La palabra que corre en libertad -aunque turbe y duela-, es invencible, como la dignidad de las víctimas. Hay palabras huecas, presas de sí mismas, y palabras inquebrantables que suenan vigorosas y sacan músculo en el aire exhibiendo sus razones de fondo.
Cuando éstas suenan, las palabras huecas, puro adorno, agachan la cabeza, por vergüenza.
Las palabras de Mario Vargas Llosa nacen delgadas, como las huellas de las gaviotas nerudianas, pero después crecen, engordan y emocionan, como playas de libertad. Si las oyes volar, suenan a música de paz verdadera, sin partituras impuestas. Sus palabras, esculpidas en cera, vuelan a estas horas por encima de conciencias delgadas, para dejar constancia de que la paz más honda nace de la libertad auténtica. Escúchelas a la vuelta de estas líneas, dos páginas más allá, tal como él las echó al aire en la Casa de América durante la I Conferencia organizada por el Foro de Ermua. Palabras como estatuas que no las mueve el viento tibio de lo políticamente correcto ni van envueltas en papel celofán.
Cuando éstas suenan, las palabras huecas, puro adorno, agachan la cabeza, por vergüenza.
Las palabras de Mario Vargas Llosa nacen delgadas, como las huellas de las gaviotas nerudianas, pero después crecen, engordan y emocionan, como playas de libertad. Si las oyes volar, suenan a música de paz verdadera, sin partituras impuestas. Sus palabras, esculpidas en cera, vuelan a estas horas por encima de conciencias delgadas, para dejar constancia de que la paz más honda nace de la libertad auténtica. Escúchelas a la vuelta de estas líneas, dos páginas más allá, tal como él las echó al aire en la Casa de América durante la I Conferencia organizada por el Foro de Ermua. Palabras como estatuas que no las mueve el viento tibio de lo políticamente correcto ni van envueltas en papel celofán.
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