Vietnam, Somalia e Irak: ¿una historia de falsas derrotas?, de Dominic Johnson y Dominic Tierney en El Mundo.
TRIBUNA LIBRE
En enero de 1968, los norteamericanos encendieron los televisores y se toparon con escenas de caos y matanzas. Los vietnamitas habían desatado por sorpresa la llamada ofensiva del Têt. La ofensiva ha pasado a la Historia como la derrota más severa sufrida por los norteamericanos en el campo de batalla durante la Guerra Fría.
Veinticinco años después, en diciembre de 1992, Estados Unidos puso en marcha una intervención humanitaria en Somalia que ha sido considerada el fracaso más notable en los años que siguieron a la Guerra Fría. Posteriormente, en marzo de 2003, los carros de combate de Estados Unidos se abrieron paso a la carga entre las dunas para invadir Irak, con lo que daba comienzo, a ojos de muchos norteamericanos, la peor catástrofe de la política exterior del mundo surgido del 11 de Septiembre. Têt, Somalia e Irak: las tres grandes derrotas de los norteamericanos desde la II Guerra Mundial.
Con una salvedad que es preciso subrayar, y es que el Têt y Somalia no fueron tales derrotas. Fueron unos hechos interpretados como derrotas. Esta divergencia radical entre lo que se percibe y la realidad es algo común y corriente en tiempo de guerra, cuando lo que cree la gente sobre cuál es el bando que gana y cuál el que pierde está condicionado con mucha frecuencia por factores psicológicos que no tienen nada que ver con lo que sucede en el campo de batalla. Por tanto, el Têt y Somalia pueden ofrecer lecciones importantes para el caso de Irak.
La ofensiva del Têt supuso para los comunistas un desastre sin paliativos. A pesar de las ventajas de la sorpresa, los guerrilleros del Vietcong no consiguieron retener en su poder ni uno solo de sus objetivos en Vietnam del Sur y las bajas que sufrieron fueron espeluznantes. De sus 80.000 atacantes, nada menos que la mitad cayeron muertos sólo durante el primer mes y el Vietcong nunca se recuperó de aquello. Estados Unidos ganó con absoluta rotundidad aquella fase de la guerra.
No obstante, la inmensa mayoría de los ciudadanos consideró que la ofensiva del Têt había supuesto un fracaso para Estados Unidos. El índice de aprobación de la conducción de la guerra por el presidente Johnson cayó a mínimos del 26%. Antes del Têt, el 58% de los norteamericanos se definían a sí mismos como halcones o partidarios de la línea dura y querían aumentar la implicación militar de Estados Unidos en la guerra mientras que un 26% se definían como palomas que deseaban lo contrario. Dos meses después del Têt, los palomas superaban en número por un estrecho margen a los halcones.
¿Cómo es posible que la percepción de los hechos llegara a distanciarse de la realidad hasta ese punto? Uno de los factores clave fueron unas expectativas exageradas. En los meses previos al Têt, Johnson había emprendido una «campaña propagandística» para convencer a los estadounidenses de que la victoria en Vietnam estaba a la vuelta de la esquina. Montones de estadísticas demostraban que los índices de infiltración del Vietcong en Vietnam del Sur estaban disminuyendo y que las bajas enemigas estaban aumentando. La campaña dio resultado. La confianza de la opinión pública iba hacia arriba. Sin embargo, tras la retórica triunfalista de Johnson, daba la sensación de que el Têt había sufrido un desastre. La magnitud y la sorpresa de la ofensiva produjeron una conmoción traumática en la mente de los norteamericanos. Como tiempo después recordaría Robert Koner, ex ayudante de Johnson, «¡Pum! Cuarenta ciudades atacadas de golpe y ya nadie volvió a creernos nunca más».
La ilusión de la derrota se vio aumentada por dos acontecimientos de un simbolismo tremendo. En primer lugar, los comunistas atacaron la Embajada de Estados Unidos en Saigón. Fue una de las operaciones de dimensión menor dentro de la ofensiva del Têt, pero absorbió la atención de Estados Unidos. Los atacantes habían puesto en peligro el símbolo fundamental de la presencia de Estados Unidos en el Sur de Vietnam: si la embajada no era un lugar seguro, ninguno lo era. Algunas informaciones aseguraban que la embajada había caído en manos enemigas cuando, en realidad, a los pocos momentos todos los asaltantes sin excepción yacían muertos en el patio del recinto.
El general William Westmoreland, comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Vietnam, dio una rueda de prensa en la embajada para anunciar que el Têt se había saldado con la victoria de Estados Unidos. Sin embargo, a espaldas del general, se podían ver cadáveres de guerrilleros del Vietcong que eran retirados a rastras del césped del jardín, todo salpicado de sangre. Los periodistas apenas sí podían creer lo que estaban oyendo. Uno de ellos comentó que Westmoreland se había puesto de pie sobre las ruinas y decía que todo aquello era magnífico.
En segundo lugar, la foto de Eddie Adams en la que se veía al jefe de policía de Vietnam del Sur ejecutando a un prisionero del Vietcong en plena calle causó una sensación tremenda. Después de descerrajarle el tiro, el jefe de policía se dirigió a los periodistas que estaban a su alrededor: «Éstos han matado a muchos estadounidenses y a muchos de mis hombres. Buda lo entenderá. ¿Y ustedes?». Aquí, en Estados Unidos, la imagen hablaba rotundamente de una guerra brutal e injusta. Para algunos, la imagen de la ofensiva del Têt era ésta.
Por último, los medios de comunicación de Estados Unidos pintaban una imagen catastrófica de Vietnam. Aunque las fuerzas comunistas hubieran incurrido en unas bajas cuantiosísimas, los periodistas tendían frecuentemente a elogiar su comportamiento. Tal y como lo expresó el corresponsal del Times en la guerra, Peter Braestrup, «haber retratado semejante revés de uno de los bandos como si fuera una derrota del otro, dentro de una crisis de primera magnitud en el extranjero, no puede considerarse un triunfo del periodismo norteamericano».
Un caso parecido tuvo lugar tiempo después en Somalia. Desde 1992 hasta 1994, la intervención humanitaria de Estados Unidos en Somalia salvó las vidas de más de 100.000 somalíes y redujo a la mitad el número de refugiados a cambio de la muerte de 43 estadounidenses. En Estados Unidos, sin embargo, esta noble misión se interpretó de forma mayoritaria como el mayor desastre de la política exterior desde Vietnam. En octubre de 1993, el índice de aprobación de la conducción del asunto de Somalia por el presidente Bill Clinton cayó a un 30%. Sólo un 25% de los norteamericanos consideraba que la intervención había sido un éxito, mientras que el 66% la interpretaba como un fracaso.
Como en el caso del Têt, la misión en Somalia adoleció de unas expectativas exageradas. Todo apuntaba a que intervenir en un país anárquico y destrozado por la guerra iba a ser muy complicado. Sin embargo, las primeras misiones para suministrar alimentos y proporcionar seguridad en Somalia funcionaron tan bien que el plan pareció engañosamente fácil. La opinión pública norteamericana y los medios de comunicación perdieron todo su interés hasta primeros de octubre de 1993, cuando algunos soldados norteamericanos resultaron muertos en la infamante batalla del derribo de un helicóptero Black Hawk en Mogadiscio.
Con ecos de lo ocurrido en Saigón en 1968, las descarnadas imágenes de la batalla de Mogadiscio indujeron a los estadounidenses a la percepción de una derrota. Las informaciones periodísticas estuvieron dominadas por las imágenes del piloto capturado y de los cadáveres mutilados de algunos norteamericanos, en muchos casos con el rótulo en los programas informativos de televisión de «humillación» de Estados Unidos. Los periodistas tendieron a olvidar lo que en realidad había sucedido en este caso, las concurridísimas manifestaciones celebradas en Somalia en favor de Estados Unidos y las misiones saldadas con éxito para salvar vidas y restaurar el orden más allá de la capital.
El recuerdo de Vietnam y el miedo a quedar atrapados en otra guerra sucia fueron también los inductores de esta percepción de fracaso. En octubre de 1993, el 62% de los ciudadanos de EEUU pensaba que la intervención en Somalia «podía convertirse en otro Vietnam», aun después de que Clinton hubiera anunciado que Estados Unidos estaba retirando soldados de Somalia y en un momento en el que las bajas norteamericanas eran mil veces menores que las de Vietnam.
¿Qué es lo que significa esto en el caso de Irak? Como mínimo, el Têt y Somalia invitan a pensar que deberíamos ser extremadamente cuidadosos antes de sacar la conclusión de que Irak constituye una derrota. Hay pruebas ciertas de fracasos, especialmente el de la intensificación de la violencia sectaria. Lo que ocurre, no obstante, es que lo que percibimos resulta fácil de manipular. Irak parece una derrota en parte porque el Gobierno de Bush ha caído en la misma trampa que el presidente Johnson: elevar las expectativas de una victoria inminente al proclamar «misión cumplida» antes de que la auténtica misión hubiera siquiera comenzado. Como en el caso de Somalia, combatir en Irak a unos insurrectos que se mueven en la clandestinidad al mismo tiempo que se sostiene un Gobierno débil genera recuerdos negativos de Vietnam. Las percepciones de lo que constituye un éxito y de lo que constituye un fracaso pueden cambiar en el curso de la Historia. Impactados por el supuesto desastre del Têt, Estados Unidos inició la retirada. El recuerdo del fracaso de Somalia fue uno de los grandes motivos, si no el fundamental, de que Estados Unidos no moviera un dedo por detener el genocidio de Ruanda en 1994. Si se interpreta que Irak es un fracaso, será sólo cuestión de tiempo que los soldados americanos tarden en retirarse, dejando detrás quién sabe qué. Con todo lo que está en juego, los estadounidenses tienen que estar absolutamente seguros de que su fracaso en Irak no es un espejismo.
© Mundinteractivos, S.A.
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TRIBUNA LIBRE
En enero de 1968, los norteamericanos encendieron los televisores y se toparon con escenas de caos y matanzas. Los vietnamitas habían desatado por sorpresa la llamada ofensiva del Têt. La ofensiva ha pasado a la Historia como la derrota más severa sufrida por los norteamericanos en el campo de batalla durante la Guerra Fría.
Veinticinco años después, en diciembre de 1992, Estados Unidos puso en marcha una intervención humanitaria en Somalia que ha sido considerada el fracaso más notable en los años que siguieron a la Guerra Fría. Posteriormente, en marzo de 2003, los carros de combate de Estados Unidos se abrieron paso a la carga entre las dunas para invadir Irak, con lo que daba comienzo, a ojos de muchos norteamericanos, la peor catástrofe de la política exterior del mundo surgido del 11 de Septiembre. Têt, Somalia e Irak: las tres grandes derrotas de los norteamericanos desde la II Guerra Mundial.
Con una salvedad que es preciso subrayar, y es que el Têt y Somalia no fueron tales derrotas. Fueron unos hechos interpretados como derrotas. Esta divergencia radical entre lo que se percibe y la realidad es algo común y corriente en tiempo de guerra, cuando lo que cree la gente sobre cuál es el bando que gana y cuál el que pierde está condicionado con mucha frecuencia por factores psicológicos que no tienen nada que ver con lo que sucede en el campo de batalla. Por tanto, el Têt y Somalia pueden ofrecer lecciones importantes para el caso de Irak.
La ofensiva del Têt supuso para los comunistas un desastre sin paliativos. A pesar de las ventajas de la sorpresa, los guerrilleros del Vietcong no consiguieron retener en su poder ni uno solo de sus objetivos en Vietnam del Sur y las bajas que sufrieron fueron espeluznantes. De sus 80.000 atacantes, nada menos que la mitad cayeron muertos sólo durante el primer mes y el Vietcong nunca se recuperó de aquello. Estados Unidos ganó con absoluta rotundidad aquella fase de la guerra.
No obstante, la inmensa mayoría de los ciudadanos consideró que la ofensiva del Têt había supuesto un fracaso para Estados Unidos. El índice de aprobación de la conducción de la guerra por el presidente Johnson cayó a mínimos del 26%. Antes del Têt, el 58% de los norteamericanos se definían a sí mismos como halcones o partidarios de la línea dura y querían aumentar la implicación militar de Estados Unidos en la guerra mientras que un 26% se definían como palomas que deseaban lo contrario. Dos meses después del Têt, los palomas superaban en número por un estrecho margen a los halcones.
¿Cómo es posible que la percepción de los hechos llegara a distanciarse de la realidad hasta ese punto? Uno de los factores clave fueron unas expectativas exageradas. En los meses previos al Têt, Johnson había emprendido una «campaña propagandística» para convencer a los estadounidenses de que la victoria en Vietnam estaba a la vuelta de la esquina. Montones de estadísticas demostraban que los índices de infiltración del Vietcong en Vietnam del Sur estaban disminuyendo y que las bajas enemigas estaban aumentando. La campaña dio resultado. La confianza de la opinión pública iba hacia arriba. Sin embargo, tras la retórica triunfalista de Johnson, daba la sensación de que el Têt había sufrido un desastre. La magnitud y la sorpresa de la ofensiva produjeron una conmoción traumática en la mente de los norteamericanos. Como tiempo después recordaría Robert Koner, ex ayudante de Johnson, «¡Pum! Cuarenta ciudades atacadas de golpe y ya nadie volvió a creernos nunca más».
La ilusión de la derrota se vio aumentada por dos acontecimientos de un simbolismo tremendo. En primer lugar, los comunistas atacaron la Embajada de Estados Unidos en Saigón. Fue una de las operaciones de dimensión menor dentro de la ofensiva del Têt, pero absorbió la atención de Estados Unidos. Los atacantes habían puesto en peligro el símbolo fundamental de la presencia de Estados Unidos en el Sur de Vietnam: si la embajada no era un lugar seguro, ninguno lo era. Algunas informaciones aseguraban que la embajada había caído en manos enemigas cuando, en realidad, a los pocos momentos todos los asaltantes sin excepción yacían muertos en el patio del recinto.
El general William Westmoreland, comandante en jefe de las fuerzas norteamericanas en Vietnam, dio una rueda de prensa en la embajada para anunciar que el Têt se había saldado con la victoria de Estados Unidos. Sin embargo, a espaldas del general, se podían ver cadáveres de guerrilleros del Vietcong que eran retirados a rastras del césped del jardín, todo salpicado de sangre. Los periodistas apenas sí podían creer lo que estaban oyendo. Uno de ellos comentó que Westmoreland se había puesto de pie sobre las ruinas y decía que todo aquello era magnífico.
En segundo lugar, la foto de Eddie Adams en la que se veía al jefe de policía de Vietnam del Sur ejecutando a un prisionero del Vietcong en plena calle causó una sensación tremenda. Después de descerrajarle el tiro, el jefe de policía se dirigió a los periodistas que estaban a su alrededor: «Éstos han matado a muchos estadounidenses y a muchos de mis hombres. Buda lo entenderá. ¿Y ustedes?». Aquí, en Estados Unidos, la imagen hablaba rotundamente de una guerra brutal e injusta. Para algunos, la imagen de la ofensiva del Têt era ésta.
Por último, los medios de comunicación de Estados Unidos pintaban una imagen catastrófica de Vietnam. Aunque las fuerzas comunistas hubieran incurrido en unas bajas cuantiosísimas, los periodistas tendían frecuentemente a elogiar su comportamiento. Tal y como lo expresó el corresponsal del Times en la guerra, Peter Braestrup, «haber retratado semejante revés de uno de los bandos como si fuera una derrota del otro, dentro de una crisis de primera magnitud en el extranjero, no puede considerarse un triunfo del periodismo norteamericano».
Un caso parecido tuvo lugar tiempo después en Somalia. Desde 1992 hasta 1994, la intervención humanitaria de Estados Unidos en Somalia salvó las vidas de más de 100.000 somalíes y redujo a la mitad el número de refugiados a cambio de la muerte de 43 estadounidenses. En Estados Unidos, sin embargo, esta noble misión se interpretó de forma mayoritaria como el mayor desastre de la política exterior desde Vietnam. En octubre de 1993, el índice de aprobación de la conducción del asunto de Somalia por el presidente Bill Clinton cayó a un 30%. Sólo un 25% de los norteamericanos consideraba que la intervención había sido un éxito, mientras que el 66% la interpretaba como un fracaso.
Como en el caso del Têt, la misión en Somalia adoleció de unas expectativas exageradas. Todo apuntaba a que intervenir en un país anárquico y destrozado por la guerra iba a ser muy complicado. Sin embargo, las primeras misiones para suministrar alimentos y proporcionar seguridad en Somalia funcionaron tan bien que el plan pareció engañosamente fácil. La opinión pública norteamericana y los medios de comunicación perdieron todo su interés hasta primeros de octubre de 1993, cuando algunos soldados norteamericanos resultaron muertos en la infamante batalla del derribo de un helicóptero Black Hawk en Mogadiscio.
Con ecos de lo ocurrido en Saigón en 1968, las descarnadas imágenes de la batalla de Mogadiscio indujeron a los estadounidenses a la percepción de una derrota. Las informaciones periodísticas estuvieron dominadas por las imágenes del piloto capturado y de los cadáveres mutilados de algunos norteamericanos, en muchos casos con el rótulo en los programas informativos de televisión de «humillación» de Estados Unidos. Los periodistas tendieron a olvidar lo que en realidad había sucedido en este caso, las concurridísimas manifestaciones celebradas en Somalia en favor de Estados Unidos y las misiones saldadas con éxito para salvar vidas y restaurar el orden más allá de la capital.
El recuerdo de Vietnam y el miedo a quedar atrapados en otra guerra sucia fueron también los inductores de esta percepción de fracaso. En octubre de 1993, el 62% de los ciudadanos de EEUU pensaba que la intervención en Somalia «podía convertirse en otro Vietnam», aun después de que Clinton hubiera anunciado que Estados Unidos estaba retirando soldados de Somalia y en un momento en el que las bajas norteamericanas eran mil veces menores que las de Vietnam.
¿Qué es lo que significa esto en el caso de Irak? Como mínimo, el Têt y Somalia invitan a pensar que deberíamos ser extremadamente cuidadosos antes de sacar la conclusión de que Irak constituye una derrota. Hay pruebas ciertas de fracasos, especialmente el de la intensificación de la violencia sectaria. Lo que ocurre, no obstante, es que lo que percibimos resulta fácil de manipular. Irak parece una derrota en parte porque el Gobierno de Bush ha caído en la misma trampa que el presidente Johnson: elevar las expectativas de una victoria inminente al proclamar «misión cumplida» antes de que la auténtica misión hubiera siquiera comenzado. Como en el caso de Somalia, combatir en Irak a unos insurrectos que se mueven en la clandestinidad al mismo tiempo que se sostiene un Gobierno débil genera recuerdos negativos de Vietnam. Las percepciones de lo que constituye un éxito y de lo que constituye un fracaso pueden cambiar en el curso de la Historia. Impactados por el supuesto desastre del Têt, Estados Unidos inició la retirada. El recuerdo del fracaso de Somalia fue uno de los grandes motivos, si no el fundamental, de que Estados Unidos no moviera un dedo por detener el genocidio de Ruanda en 1994. Si se interpreta que Irak es un fracaso, será sólo cuestión de tiempo que los soldados americanos tarden en retirarse, dejando detrás quién sabe qué. Con todo lo que está en juego, los estadounidenses tienen que estar absolutamente seguros de que su fracaso en Irak no es un espejismo.
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Dominic Johnson, profesor de la Escuela de Asuntos Internacionales Woodrow Wilson de Princeton, y Dominic Tierney, profesor de Ciencias Políticas en Swarthmore, son autores de la obra Incapaces de ganar: percepciones de victoria y derrota en política internacional.© Mundinteractivos, S.A.
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