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Tuve mucha suerte. En la apacible mañana íbamos caminando sin prisa por la acera de una tranquila calle de la ciudad donde resido cuando oí un ruido sordo y vi a mi amigo en el suelo con la cabeza destrozada manando sesos y sangre entre grumos de tierra apelmazada, unos geranios y los cascotes del tiesto. Me han entrevistado todos los medios locales. Mi minuto de gloria.