sábado, junio 20, 2009

Ayer fue asesinado un hombre.


Un policía. Fue asesinado como tantos otros antes. Otros policías y guardias civiles y militares y paisanos. Muchos centenares. Y aunque para los suyos, sus deudos, nada de esto significa cosa importante en momentos de tanta aflicción, para los demás sí que lo es. Uno más en la lista de los muertos por ETA. Y se habla de él solo porque ocupa el último lugar en ella. Es así y así debe ser. No se podría vivir si así no fuera.

Pero hay para nosotros, que podemos ver lo sucedido con pena pero con la frialdad que da la distancia en lo físico y en lo emotivo, algo en ese asesinato, mejor dicho, en todo lo que tras el asesinato está ocurriendo, que marca una gran diferencia con los otros -incluso con los últimos y no digamos con los más antiguos- y que permite esperar, ahora de veras, el fin de ese terrorismo. A decir verdad ya no es, ni de lejos, lo que era. Con un lehendakari socialista, con los populares sosteniéndolo, con la Ertzaintza empujando al lado de la Guardia civil y Policía, con el Gobierno y la oposición de acuerdo, Francia ayudando... ETA como organización terrorista determinante en mayor o menor grado de la situación política en el País Vasco tiene los días contados.

Y quienes la sostienen y quienes la alientan y quienes la justifican y quienes de su existencia se aprovechan verán, ahora mismo tienen que estar viéndolo, que son muy pocas las nueces que caen del árbol sacudido y que, en todo caso, ya no las recogen ellos.

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