- LA INTELIGENCIA Y EL CARÁCTER EN LA ACCIÓN POLÍTICA. [y II]
Sabemos cuál es la deslabazada contextura de los vividores y ambiciosuelos: dóciles a las circunstancias, más que por falta de moralidad, por sobra de descreimiento. Es gente de corte intelectual (Robespierre o Lenin), quien suele dar, en las «circunstancias» de un momento histórico, los tajos más terribles. La razón es que un orden contrario a la verdad reconocida les parece 'falso', como un teorema que se opusiera al principio de identidad o al de contradicción; y la inteligencia no es libre: es sierva de la verdad.
Yo no digo que la política 'consista' precisamente en transformar el carácter nacional. Este carácter, obtenido por la suma de las cualidades comunes al mayor número de españoles, es más amplio que el área política. En todo se manifesta. Desde la acción política, no podríamos hacer en él presa plena. El carácter nos disocia; es incomunicable, incomprensible. Difícilmente varía, en la vida de un hombre. Otro tanto diríamos del carácter histórico del pueblo, manifiesto en lo que llaman tradición. Lo genuino español se opone a lo genuino francés, o alemán, o ruso; no puede reducirse a una expresión común; y si no se opone, ya no es genuinamente español, sino europeo, o humano. La acción política es ante todo cohesión, amalgama para un fin común. El carácter no puede tomarse por blanco de esa acción, ni como fuerza motriz de la acción misma. Tan solo las opiniones son comunicables y demostrables. Por las ideas me entiendo y colabora con gentes de carácter opuesto al mío. Las ideas se adquieren, se truecan, se transforman por la experiencia y la reflexión; mientras el carácter permanece, y se rebela y se emperra cuanto más se le contraría. Carácter y tradición son, pues, las fuerzas de resistencia; por mucho que, de frente o de soslayo, se haga en contra suya, siempre estarán presentes, tirando hacia atrás.
La inteligencia activa y crítica, presidiendo en la acción política, rajando y cortando a su antojo en ese mundo, es la señal de nuestra libertad de hombres, la ejecutoria de nuestro espíritu racional. Un pueblo en marcha, gobernado con bue discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón. ¿Qué política puede contentar a la variedad de caracteres , si tomáramos por guía el carácter, sea para adularlo o para reformarlo? Yo soy demócrata violento; es decir, es decir, que reconozco el derecho (el ajeno y el mío), y soy inflexible dentro de los límites de mi derecho. ¿Con quién he de juntarme? ¿Con los violentos de la otra banda, o con los demócratas, aunque sean mansos? Naturalmente, con los demócratas; una idea nos liga; en tanto que, sumándome a los de carácter afín, pero de ideas contrarias, no podríamos dar a nuestra violencia un empleo común. Esto ha de ser así, mientras no se obtenga un tipo de perfecto equilibrio humoral, en quien, según la sentencia del clásico, «el calor no exceda a la frialdad ni la humedad a la sequedad».
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Una definición un tanto peculiar del ser demócrata; ahora, una vez definido, pocas vacilaciones (y tenerse en cuenta que eso lo escribía en 1923).
Yo no digo que la política 'consista' precisamente en transformar el carácter nacional. Este carácter, obtenido por la suma de las cualidades comunes al mayor número de españoles, es más amplio que el área política. En todo se manifesta. Desde la acción política, no podríamos hacer en él presa plena. El carácter nos disocia; es incomunicable, incomprensible. Difícilmente varía, en la vida de un hombre. Otro tanto diríamos del carácter histórico del pueblo, manifiesto en lo que llaman tradición. Lo genuino español se opone a lo genuino francés, o alemán, o ruso; no puede reducirse a una expresión común; y si no se opone, ya no es genuinamente español, sino europeo, o humano. La acción política es ante todo cohesión, amalgama para un fin común. El carácter no puede tomarse por blanco de esa acción, ni como fuerza motriz de la acción misma. Tan solo las opiniones son comunicables y demostrables. Por las ideas me entiendo y colabora con gentes de carácter opuesto al mío. Las ideas se adquieren, se truecan, se transforman por la experiencia y la reflexión; mientras el carácter permanece, y se rebela y se emperra cuanto más se le contraría. Carácter y tradición son, pues, las fuerzas de resistencia; por mucho que, de frente o de soslayo, se haga en contra suya, siempre estarán presentes, tirando hacia atrás.
La inteligencia activa y crítica, presidiendo en la acción política, rajando y cortando a su antojo en ese mundo, es la señal de nuestra libertad de hombres, la ejecutoria de nuestro espíritu racional. Un pueblo en marcha, gobernado con bue discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón. ¿Qué política puede contentar a la variedad de caracteres , si tomáramos por guía el carácter, sea para adularlo o para reformarlo? Yo soy demócrata violento; es decir, es decir, que reconozco el derecho (el ajeno y el mío), y soy inflexible dentro de los límites de mi derecho. ¿Con quién he de juntarme? ¿Con los violentos de la otra banda, o con los demócratas, aunque sean mansos? Naturalmente, con los demócratas; una idea nos liga; en tanto que, sumándome a los de carácter afín, pero de ideas contrarias, no podríamos dar a nuestra violencia un empleo común. Esto ha de ser así, mientras no se obtenga un tipo de perfecto equilibrio humoral, en quien, según la sentencia del clásico, «el calor no exceda a la frialdad ni la humedad a la sequedad».
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Una definición un tanto peculiar del ser demócrata; ahora, una vez definido, pocas vacilaciones (y tenerse en cuenta que eso lo escribía en 1923).
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