De los senderos de Anaga al Camino de Santiago
por belaborda
___________________________________________________________________- A MODO DE PREFACIO
‘...de andar por ahí y ver cosas’
I
El autor de este texto hizo en mayo del año 2000 como peregrino a pie y para cumplir un voto, el Camino de Santiago. El título general ‘De los senderos de Anaga al Camino de Santiago’ se debe a que antes de llevar a cabo esta peregrinación de 850 kilómetros desde Roncesvalles en el Pirineo navarro a Santiago de Compostela, y más allá, hasta Finisterre en la Costa de la Muerte gallega, recorrió con asiduidad carreteras, pistas, senderos y veredas del macizo de Anaga[1] del que se declara fiel enamorado.
Anaga, tan cerca de Santa Cruz y tan lejos de los santacruceros, es una maravilla para quienes gustamos caminar con una mochila a la espalda y la única finalidad de andar por ahí y ver cosas, y en esta apreciación mía me he reafirmado tras hacer aquella derrota que es bien cultural europeo y pasmoso conjunto de bellezas naturales y artísticas. Añado que no he sentido mayor asombro en su variado recorrido del que haya podido sentir al subir amaneciendo en Anaga por Valleseco al Pico del Inglés o al bajar en un atardecer de Chamorga a Roque Bermejo, y no es más misterioso marchar entre jirones de niebla por los Montes de Oca en Burgos ni mágico ascender el puerto de O`Cebreiro con sus corredoiras[2] y pallozas[3] que lo sea ir en una fría y brumosa mañana invernal del Bufadero, por Valle Brosque, a las Casas de la Cumbre.
Es, por cierto, un pertinente estado de ánimo lo que cuenta para apreciar esas bellezas y dando por supuestas una mínima sensibilidad artística y estética, a tal estado puede llegarse igual contemplando la alabada puesta de sol en Finisterre que mirando con amor en cualquiera de nuestros barrancos un áspero brezo, un sencillo cardo o una flor. En definitiva, ‘el equipaje más necesario para un viajero es un talento especial en el pecho y una visión especial bajo las cejas, lo que interesa es saber si uno tiene ojos para ver y corazón para sentir’[4], y si es así gozaremos en una simple caminada, y si no lo es, en sentido estético, de nada nos valdrá recorrer los cientos de kilómetros de la ruta jacobea, visitar sus aldeas, villas y ciudades u hollar sus bosques y praderas, llanuras, estepas y montañas.
En lo artístico es tanta la riqueza en este trayecto de arte románico, gótico, mudéjar, plateresco y barroco y tan numerosos los ejemplos que se ofrecen de cada uno de ellos, tantas las catedrales y palacios, colegiatas y casonas blasonadas, ermitas, monasterios, plazas y murallas, cruceros, hórreos, puentes y calzadas que llegan a saturar el interés que pudieran despertar si fuesen menos abundantes, si se les pudiese dedicar el tiempo y atención que se merecen. Mas no es posible y llega un momento en que irrita comprobar que quienes lo han señalizado pueden haberlo desviado unos cientos de metros de su trazado razonable por mostrar al peregrino una nueva iglesia que añadir a las múltiples ya encontradas.
Pero no solo se hace el Camino de Santiago por intereses artísticos y culturales; me atrevo a decir que esos son los menos frecuentes de todos ellos. Se hace también por cumplir votos y otras profundas motivaciones religiosas, con pretextos éticos; por conocer gente diferente, por los puramente deportivos de andar mucho y rápido (me referiré a caminantes que hacen 60 y más kilómetros en un día loco, ó 40 y más kilómetros por jornada para la totalidad del recorrido), por un conjunto de todos esos motivos o por ninguno en particular.
Dicho lo anterior el autor le recomienda humildemente, amable lector, que lo haga si es que puede realizarlo, pues no quedará defraudado. Ahora bien, como no deja de ser una aventura si no heroica sí de regular duración, un mes como término medio si se hace desde Roncesvalles a Santiago (que puede iniciarse partiendo de distintos lugares y se concede la compostela acreditativa de haberse efectuado si se han caminado 100 kilómetros al menos) y con exigencia de preparación previa y algunas condiciones físicas para andar con una mochila a las espaldas una media de 25 kilómetros diarios (no conviene verificar de verbo ad verbum el dicho ‘camino de Santiago tanto anda el cojo como el sano’), a quienes no les sea posible efectuar ese recorrido les anima a que anden por Anaga, o Teno, o la Esperanza, por esta Isla o las vecinas, y si aún esto les es difícil, a que deambulen por su barrio, por su calle o por su casa.
[1] Áspera zona de picos y barrancos en la isla de Tenerife.
[2] Caminos tradicionales en Galicia para mover el ganado hacia los pastos.
[3] Chozas antiguas gallegas con muros de lajas de pizarra y techadas con haces de paja de centeno.
[4] En ‘Los viajes de Mingliaotsé’. (Lin Yutang).
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