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> 'Se acabó. No hay esperanza ninguna', dice Arcadi Espada en lo suyo de El Mundo al pie de la transcripción que hace del beocio comunicado del PSOE extremeño. Alguna cabe que haya, pero debe de ser muy poca.
Y es que podría esperarse de una sociedad moderna como la española y del sistema político de que se ha dotado, la democracia parlamentaria, el que únicamente consintiera ser gobernada por una suerte de aristos, los mejores, disponiendo para ello de esa herramienta cuasi perfecta que es el proceso electoral al que han de someterse salvo contadas excepciones -por ejemplo, la del poder judicial- cuantos aspiran a ejercer gobierno en cualquiera de sus ámbitos nacional, autonómico o municipal y asimismo en los partidos políticos que es el aparato con el que se gobierna.
Sin embargo a la vista está que no es así, que no son los mejores y ni siquiera los regulares de la porción ciudadana que opta a tan superiores funciones quienes acceden a ellas. Salvo las excepciones que no confirman la regla sino que la preservan, son los más estúpidos quienes están consiguiendo auparse y, lo que es peor, mantenerse en lo alto de la cucaña del favor de los votantes o del favor de quienes por él son agraciados. Y se ven especialmente, por estar en lo más alto, algunos casos como el del ministro Sebastián con la sospecha de que no siéndolo por naturaleza, estúpidos, han terminado por adquirir la condición para no desentonar del que les manda, en su caso del presidente del Gobierno al que pertenece.
La explicación del lamentable fenómeno habría de buscarse por un lado en que justamente el tener que luchar por conseguir el favor de los votantes es algo que aleja del proceso a muchísimos de los buenos y por el otro en el gusto y poder democrático de la masa para elegir a quienes más se le parecen en su peor componente, el común y mayoritario.
Y si todo esto no nos lleva al desastre absoluto, al 'Se acabó. No hay esperanza ninguna' arcadiano, es porque una especie de instinto de conservación hace que los elegidos no abusen demasiado de su posición y cedan parte, una gran parte en ocasiones, de su poder a otros -por lo general técnicos no elegibles- que saben bien valen más que ellos. Lo uno y lo otro, por fortuna para todos.
Y es que podría esperarse de una sociedad moderna como la española y del sistema político de que se ha dotado, la democracia parlamentaria, el que únicamente consintiera ser gobernada por una suerte de aristos, los mejores, disponiendo para ello de esa herramienta cuasi perfecta que es el proceso electoral al que han de someterse salvo contadas excepciones -por ejemplo, la del poder judicial- cuantos aspiran a ejercer gobierno en cualquiera de sus ámbitos nacional, autonómico o municipal y asimismo en los partidos políticos que es el aparato con el que se gobierna.
Sin embargo a la vista está que no es así, que no son los mejores y ni siquiera los regulares de la porción ciudadana que opta a tan superiores funciones quienes acceden a ellas. Salvo las excepciones que no confirman la regla sino que la preservan, son los más estúpidos quienes están consiguiendo auparse y, lo que es peor, mantenerse en lo alto de la cucaña del favor de los votantes o del favor de quienes por él son agraciados. Y se ven especialmente, por estar en lo más alto, algunos casos como el del ministro Sebastián con la sospecha de que no siéndolo por naturaleza, estúpidos, han terminado por adquirir la condición para no desentonar del que les manda, en su caso del presidente del Gobierno al que pertenece.
La explicación del lamentable fenómeno habría de buscarse por un lado en que justamente el tener que luchar por conseguir el favor de los votantes es algo que aleja del proceso a muchísimos de los buenos y por el otro en el gusto y poder democrático de la masa para elegir a quienes más se le parecen en su peor componente, el común y mayoritario.
Y si todo esto no nos lleva al desastre absoluto, al 'Se acabó. No hay esperanza ninguna' arcadiano, es porque una especie de instinto de conservación hace que los elegidos no abusen demasiado de su posición y cedan parte, una gran parte en ocasiones, de su poder a otros -por lo general técnicos no elegibles- que saben bien valen más que ellos. Lo uno y lo otro, por fortuna para todos.
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